ORGANIZARNOS PARA TODAS LAS BATALLAS

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En Bolivia, después de ocho meses de experimento del proyecto ultraconservador y liberal, los indígenas originarios campesinos y diversos sectores del pueblo boliviano han generado una gran movilización, por su magnitud, sin referencia histórica motivados por la pérdida de sus derechos de vida, salud, educación, trabajo y defensa de la democracia y de los recursos naturales. En su forma, este momento de la lucha de clases se dio en torno de la fecha de elecciones, pero en el fondo es la colisión de dos proyectos:

  • La restitución del Estado Republicano y colonial, en la cual están interesados los grupos oligárquicos financieros, agroindustriales, mineros, importadores que tienen vínculos transnacionales y que territorialmente han hecho de Santa Cruz su base de operaciones y convertido a los Comités Cívicos y los grupos paramilitares en su destacamentos de avanzada con respaldo policial y militar, además de contar con una cadena mediática de grandes proporciones. Su base de respaldo social son sectores de las capas medias enfermas de odio racial que, como en 1971, otorgan respaldo a un esquema ultraconservador y fascistoide. Esta opción, con tal de conservar el poder, está dispuesta a la balcanización de Bolivia (Polonización, decía Pinochet) o a una intervención militar extranjera, ya se escuchó el pedido de “cascos azules para Bolivia”.
  • La construcción del Estado Plurinacional, profundizando la democracia comunitaria y de masas para reabrir el camino de un horizonte postcapitalista, que permita retomar la propuesta del socialismo comunitario. Son los pueblos originarios y los sectores populares de las ciudades que han empezado, con su movilización una nueva fase constituyente, ahora sí, para desmantelar definitivamente el carácter señorial, oligárquico, colonial y neoliberal del Estado, para  todo esto se necesita una dirección de masas unificada y una dirección política que se haya sometido a un lavaje de sus veleidades liberales.

La derecha racista de dentro y fuera del gobierno, ha convertido la pandemia en una oportunidad política para destruir la democracia; sin ningún tipo de ética ha encontrado una horrenda satisfacción contar los muertos para luego justificar su ilegal prorroga en el gobierno. Pero, con la movilización popular, el Covid-19 ha dejado de servir como argumento para seguir suspendiendo las elecciones; ahora tendrá que recurrir a métodos cada vez más antidemocráticos para impedir unas elecciones que no quieren, porque “democráticamente” ya no pueden sostenerse en el poder  y tampoco ganarlo, para ello les queda el respaldo de los mandos de la policía y del ejército (adecuadamente “billeteados” por la embajada yanqui) para ensayar su último recurso, el golpe de estado, que podrían ejecutar antes o después de las elecciones.  

La derecha y sus medios de comunicación, superficialmente, hablan de un bloqueo sin resultados positivos; el vigor de la movilización fue tan grande, que los legionarios de la represión no pudieron salir de sus cuarteles y sus adalides tragarse una a una sus amenazas y la usurpadora tuvo que sancionar una ley que le prohíbe postergar las elecciones. Buscan una derrota que no fue del movimiento popular, fue un ensayo de la resistencia y posterior ofensiva popular, que de manera autónoma surge y se expande a pesar de sus direcciones sociales; no obedece a los malos cálculos de cierta dirección política que vive cautiva de la democracia liberal y no confía en  las movilizaciones democráticas de las masas, que están más allá de la ilusión electoral. Los indios y demás sectores populares, que con su movilización hicieron temblar a los racistas, no tienen una apuesta simplemente electoralista, sino una potencialidad estratégica; son conscientes de que quienes sacaron a un presidente indio por la vía del golpe, no devolverán  el poder “democráticamente”. Las elecciones es un escenario al que no están dispuestos a renunciar, por ello se movilizaron para reclamar y garantizar su ejecución. Pero, antes y después de las elecciones los escenarios de la lucha de clases serán diversos, desafíos para los cuales se deben fortalecer las organizaciones sociales y reestructurar el instrumento político. Sin lugar a dudas, el contexto de la crisis económica y social, que algunos denominan postpandemia,  será el principal escenario para evitar que los ricos echen el bulto en las espaldas del pueblo. Por ello, debemos organizarnos para todas las batallas.

La miopía no sólo es electoralista, hay sectores que por su absolutismo también pueden desviar la lucha de las masas y causar fisuras que pueden debilitar al contingente indígena popular. Es el momento de defender el Estado Plurinacional y Comunitario, que salda una deuda histórica reconociendo los derechos de todos los pueblos indígenas y originarios asentados en nuestro territorio, no se trata de derechos de una sola nación o de cada una por separado; es un momento de la unidad de los pueblos indígenas contra los planes separatista de una oligarquía extranjerizada y sin patria. Por ello, todas las batallas se deben confrontar sólidamente unidos, incluido la contienda electoral, promover la división o la simple diferenciación sectaria es hacerle un favor a la derecha, que no puede ni podrá cautivar el voto de los pueblos y comunidades indígenas. El programa mínimo que se agitó en las movilizaciones, es el que se debe asumir en el proceso electoral y por el que después las masas se movilizarán para su concreción, es decir, la lucha por los derechos a la vida, la salud, la educación, la estabilidad laboral, el trabajo y la defensa de la democracia y los recursos naturales, que deben ser explicitados. Es la plataforma para todas las batallas venideras.

CH – Insurgente

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