Sucre, la pasión por la causa social

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Cada 03 de febrero la Patria Grande recuerda el nacimiento de uno de sus hijos más esclarecidos, nos referimos a Antonio José de Sucre y Alcalá, Gran Mariscal de Ayacucho y segundo presidente de Bolivia, para muchos el prócer más completo y más cabal de la gesta independentista americana.

En el imaginario colectivo la figura del insigne héroe nacido Venezuela está sembrada -con sobrado merecimiento- como la de un gran estratega y líder militar, en detrimento de su pulcro accionar como político, diplomático y hombre de Estado.

Bien como Intendente de Quito o como presidente de Bolivia, Sucre no fue un gobernante más. Como conductor de pueblos el ilustre hijo de Cumaná dio rienda suelta a su bondad y sensibilidad social, impulsando una verdadera revolución en favor de los desvalidos y en contra de las oligarquías.

Sin embargo, para Sucre la administración pública resultó un camino tan espinoso y agreste como los que le tocó desafiar en Pichincha y Ayacucho, en ese contexto el primer obstáculo a vencer fue la Burocracia.

La novel Bolivia heredó de sus opresores ibéricos un aparato burocrático viciado e ineficiente, preparado para más oprimir que para servir. Un cargo en la administración pública era una posición de privilegio y bien remunerada, más que por el salario por el cobro de “coimas” y “comisiones” a todo aquel que demandara un servicio. Era tan lucrativa esta “ocupación” que los puestos en la administración colonial se vendían en un precio equivalente a un año de salario, lo cual convertía a estos empleos en posesiones personales y fuente inagotable de enriquecimiento.

Con este tipo de funcionarios, y con esta mentalidad, debió lidiar el vencedor de Ayacucho durante su administración al frente de los destinos de Bolivia, en ese entendido uno de los primeros retos del joven gobernante fue desmontar el andamiaje burocrático opresor y proveerse de personas idóneas para llevar adelante un proyecto político emancipador, uno que revertiera, en el plazo más corto posible, los profundos efectos de tres siglos de explotación colonial.

Con representantes de diferentes sectores de la sociedad Sucre conformó en cada departamento (La Paz, Oruro, Cochabamba, Chuquisaca, Santa Cruz y Potosí) las denominadas “Juntas Calificadoras”, o “Juntas de Notables”, con la finalidad de identificar y seleccionar ciudadanos probos, patrióticos y honorables, dispuestos a cubrir con creces los puestos que demandaba la nueva administración pública republicana.

En su afán de atender oportunamente las necesidades más apremiantes de la población Sucre, desde el momento mismo de su arribo al Alto Perú en febrero de 1825, demandó de las autoridades locales y vecinos un sin fin de datos, estadísticas e información. Temas como los ingresos fiscales y los gastos de cada intendencia, el estado de la agricultura, la minería, el comercio y, por encima de todo, las demandas en materia de educación y salud pública, coparon la atención del joven jefe patriota.

Sin lugar a dudas uno de los aspectos más descuidados de la sociedad colonial fue la educación. Las poquísimas escuelas de primeras letras que existían en el Alto Perú, previo al nacimiento de la república, estaban en su inmensa mayoría patrocinadas por la Iglesia. A instancia de las reformas borbónicas (1700-1788) la administración española dispuso algunas pocas escuelas municipales donde se brindaba una precaria formación a niños (varones) de clase media urbana. Los indígenas, negros, mulatos, zambos, mestizos, y la mayoría de las mujeres, estaban completamente excluidos de esta formación. Demás esta mencionar que la aristocracia y los sectores más acaudalados de la sociedad (mineros, comerciantes y hacendados) no acudían a estas “escuelas” pues educaban a sus hijos por medio de maestros y tutores particulares.

Consciente de esta realidad, el Mariscal Sucre puso un empeño especial para impulsar una verdadera educación popular en Bolivia. El 25 de mayo de 1826 en su mensaje al Congreso Constituyente de Bolivia Sucre señala: “Persuadido que un pueblo no puede ser libre, si la sociedad que lo compone no conoce sus deberes y sus derechos, he consagrado un cuidado especial a la educación pública”.

Ese cuidado especial al que se refiere Sucre se tradujo no solo en la creación de escuelas de primeras letras (para niños y niñas) en todas las provincias, cantones y villorrios de los seis departamentos del país, o en el establecimiento de Colegios de Ciencias y Artes en las seis principales ciudades de la nación, también se materializó en la designación de un Director General de Instrucción Pública (don Simón Rodríguez), en la creación de una Escuela Normal para la formación de maestros de primaria y en la aplicación de un Plan de Estudios a nivel nacional, medidas realmente revolucionarias para su tiempo y que representaron un importante precedente para el desarrollo de la educación en América Latina.

La salud pública igualmente demandó la particular atención del héroe de Pichincha y Ayacucho. Una de las prioridades de Sucre en esta área fue el mejoramiento de las condiciones de salubridad de la población, razón por la cual emprendió -entre otras apremiantes tareas- la primera campaña de vacunación de Bolivia, en este caso contra la viruela, así como también la lucha contra la malaria en Cochabamba.

Sucre también mejoró las condiciones de infraestructura y aumentó los presupuestos de los siete hospitales, o “casas de salud”, heredadas del período colonial. Igualmente, el Mariscal fundó Hospicios para mendigos y Orfanatos Públicos en todos los departamentos.

Buena parte de estas medidas de gran impacto social se pudieron implementar gracias a la reforma eclesiástica emprendida por la administración Sucre. Esta reforma reportó poder político para el gobierno, recursos económicos (a través del control del diezmo y otros cobros) e infraestructura para fundar centros educativos y de beneficencia. Contrariamente a lo que se pudiera pensar la reforma emprendida no fue implementada de forma arbitraria por Sucre, el gobernante boliviano hizo conocer al Papa León XII los alcances de su ambicioso plan de renovación y el Sumo Pontífice lo avaló, en señal de agradecimiento Sucre refaccionó las principales iglesias y catedrales del país.

Sin menospreciar todo lo hecho por Sucre en materia educativa, sanitaria y de beneficencia, sin lugar a dudas la medida más revolucionaria y de mayor contenido reivindicativo de su administración fue la suspensión del tributo indigenal. La medida, dictada por Bolívar en diciembre de 1825 e implementada por Sucre al año siguiente, fue de las más polémicas y la que mayor oposición enfrentó por parte de la oligarquía. A partir de ese momento, a través de la contribución directa, los que tenían mayores ingresos y propiedades pagarían más impuestos, liberando a los indígenas de la enorme carga tributaria que recaía sobre sus espaldas.

Con toda seguridad este 03 de febrero volveremos a recordar a Sucre como el ínclito guerrero que selló con su espada la libertad del continente americano, olvidando por momentos que la gran y definitiva batalla la libró Sucre en el terreno político, en defensa de los oprimidos y en el arduo proceso (aun inconcluso) de sentar las bases de un estado de seguridad y justicia social cónsono con los sublimes ideales que inspiraron la gesta emancipadora americana.

Orlando Rincones Montes

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