La hipocresía estadounidense: el fracaso de la democracia liberal y del discurso de la ciencia

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Este artículo describe la caída de los discursos de la democracia y de la ciencia, impulsados por Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX y evidencia el surgimiento de la tiranía como una nueva forma de gobierno que puede conducir a un control totalitario de los pueblos en Nuestra América.

La decadencia del discurso imperial de Estados Unidos está alcanzando dimensiones inesperadas. Durante la segunda mitad del siglo XX, Estados Unidos se abanderó bajo los principios de la democracia liberal para legitimar a los gobiernos que actuaran de acuerdo con sus intereses, justificar la invasión o su promoción de guerras civiles en aquellos países cuyos gobiernos no actuaran de acuerdo con sus mandatos y la imposición de dictaduras a pueblos acostumbrados a otras formas de organización política, con la excusa de que desearan organizarse conforme a los principios de la democracia liberal. Estos principios fundamentalmente son: a. derecho natural del individuo a la libertad y a la propiedad; b. ciertos derechos civiles como la libertad de prensa, el libre tránsito y la libertad de expresión; c. el derecho legítimo del pueblo a protestar; d. una democracia representativa, amparada en un sistema de elección popular; e. una división de los poderes de estado en ejecutivo, legislativo y judicial. Después de la caída de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), este discurso entró en decadencia. En la década de 1990, las políticas neoliberales fueron impulsadas con mayor fuerza en las zonas de influencia occidental, ya que mediante ellas, Estados Unidos arremetía en contra de cualquier escollo de estado social de derecho en las colonias y allanaba el camino para su incursión en la parte del mundo hasta entonces considerada no occidental. El neoliberalismo implica la no intervención del estado en la economía, al considerar que la libertad de mercado es la única que puede asegurar la libertad de los individuos. Sin embargo, esta ideología implica un ataque contra la libertad de prensa, el derecho legítimo del pueblo a la protesta social o la resistencia e incluso en contra de las democracias representativas y la división tripartita del estado. Cualquier medida que conlleve a la libertad de mercado como garante de la libertad individual y la propiedad de las grandes empresas trasnacionales estadounidenses, es entendida como lo mejor para el mundo, aunque esto implique realizar fraudes electorales, desprestigiar sistemas electorales que no brindan resultados acordes con los intereses imperiales de Estados Unidos o el asesoramiento de élites locales y vasallas para que extiendan sus tentáculos por todos los poderes del estado. La crisis del discurso de la democracia liberal occidental se agravó a inicios del siglo XXI, cuando Estados Unidos comenzó a imponer un dominio militar y político en el Medio Oriente. La invasión de Afganistán e Irak representa la primera década del presente siglo y la guerra de Occidente contra Siria, una de las principales características de la historia de la segunda década del siglo XXI. Estados Unidos promovió muchas políticas que durante la primera mitad del siglo XX había impuesto a países latinoamericanos e ideó nuevos mecanismos para imponer su control. Detrás de sus fuerzas armadas, se expandieron sus empresas de seguridad y sus compañías petroleras por el Medio Oriente. Para materializar su dominio, sometió a un control casi absoluto algunos grupos e implementó las bondades de la tiranía como la mejor forma de gobierno para mantener el control de los estados nacionales. Una tiranía trasciende a una oligarquía en tanto que la oligarquía busca el interés de ciertas élites locales y su vasallaje a una potencia más poderosa se da para perpetuar sus propios intereses, pero busca mantener cierto control social, sin recurrir a mecanismos tan hiperbólicos como los de la tiranía. Un tirano en términos clásicos era una persona, pero en el siglo XXI llega a ser una élite corporativa que coloca una cara en el gobierno y esta cara es la encargada de fungir como si fuera el tirano: mentir, dividir, embrutecer, atemorizar y someter arbitrariamente cualquier conato de descontento popular. A un tirano no le importa aliarse con mercenarios extranjeros para someter a los pueblos a la esclavitud, si esta alianza le perpetua en el poder. Esta forma de gobierno, llevada a Medio Oriente de los experimentos con tiranos latinoamericanos, regresó a Nuestra América, con una “versión mejorada”. La legitimación de la tiranía como la mejor forma de gobierno implica perder cualquier tipo de respeto por “lo políticamente correcto”, impuesto por el discurso de la democracia liberal a los gobiernos y a los pueblos. Mediante este nuevo discurso, Estados Unidos ha renunciado a cualquier tipo de pretensión de objetividad científica para imponer su voluntad como verdad, sin ninguna mediación ideológica. Esa exigencia positivista de objetividad que diferenció los métodos científicos occidentales de los abordajes comprometidos, durante la segunda mitad del siglo XX, para calificar los abordajes comprometidos como panfletarios, simplemente ya no le es funcional. En consecuencia, no solo el discurso de la democracia liberal ha caído sino también el lenguaje de la ciencia. Si el gobierno de Estados Unidos dice que hubo fraude en la elección de un país cualquiera, como por ejemplo Bolivia, entonces hubo fraude, aunque la evidencia científica diga lo contrario. Si la Casa Blanca dice que el COVID-19 fue creado en un laboratorio en Wuhan (China) y la ciencia niega que el virus fuera creado en un laboratorio, quien se equivoca es la ciencia, no la Casa Blanca ni el gobierno de los Estados Unidos. Más recientemente, si miembros del Partido Demócrata afirman que las protestas sociales son causadas por Rusia, no importa que la historia les contradiga, su voz es más importante y veraz que la historia. Por lo tanto, las voces histéricas de los políticos estadounidenses quieren ocupar el papel concedido a la teología por Santo Tomás, en su intento de retorno a un nuevo control total, como el de la Edad Media. La derrota económica y política con China y militar con Rusia e Irán está dejando a Estados Unidos sin recursos ideológicos para seguir intentando imponerse como primera potencia en un mundo que ya no está hecho de acuerdo con sus criterios. Debido a esto, el carácter hipócrita de “lo políticamente correcto” de todos sus discursos ha caído y solamente le queda su cara de tirano. Esto de paso ha conducido a toda una crisis de los valores políticos y existenciales de las personas y los pueblos ideologizados de acuerdo con los criterios políticos, económicos, científicos, sociales y culturales occidentales. En un mundo en el cual Occidente toca fondo, su exigencia de hipocresía a las personas, tanto en Estados Unidos como fuera, no tiene fundamento. Esto es evidente en la explosión social que se vive hoy en día en Estados Unidos, cuya causa va más allá del asesinato de George Floyd. Si esto mismo ocurriera en otro país contrario a los intereses estadounidenses y con recursos o fuentes de riqueza que desearan las elites estadounidenses, Estados Unidos estaría incentivando una intervención internacional, liderada por sus fuerzas militares, pero cuando esto sucede en “el país de la libertad”, ninguna otra nación debe intervenir. Pero esto no solo se queda en Estados Unidos, en países latinoamericanos esta crisis de los valores ha conducido al empleo del COVID-19 como un arma de guerra para controlar a las poblaciones que se han quedado vacías de fundamentos. Una nueva normalidad de corte fascista y neoliberal comienza a imponerse, a partir del monstruo de la pandemia y la naturalización de nuevas formas de control social. Incluso las libertades básicas que simulaba garantizar la democracia liberal se encuentran en peligro. Este es un momento decisivo para la historia de los pueblos y sus destinos. Por eso no debemos quedarnos simplemente en el sofá y en este confinamiento, debemos aprender a ver un poco más allá de la cortina. 

MSC. ESTEBAN PANIAGUA
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