ENFRENTAR AL COVIODIO Y LA CACHIPORRA

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Hay que reconocerle coherencia  al  régimen transitorio por  haber nombrado Ministro de Salud a  Fernando López  que  compite con Arturo Murillo para  el título de Ministro Cachiporra, quienes  en su campeonato  de odio y   violencia en contra de los movimientos sociales que  denominan ”masismo”. Coherencia,  porque a cuatro meses de una gestión  caracterizada por malas decisiones, corrupción  e  improvisación  de las políticas de salud, finalmente hay un sinceramiento de su estrategia que tiene poco o nada que ver con la salud pero si con la manipulación de los miedos e incertidumbres resultantes de la crisis sanitaria y económica y,  para esto  nada mejor que un experto del conflicto y la confrontación,  y no un profesional de la salud.  Es irónico sin embargo, que un gobierno y sus  aliados políticos que han hecho de la meritocracia  bandera republicana  no tengan nada mejor   que ofrecer en materia de salud que un militar frustrado.

La potencialidad de hablar y actuar por odio está presente y  muchas veces adquieren la forma de un virus que se sobreponen a  otras conductas, especialmente allá donde se busca instalarlo  como práctica hegemónica, como sucede hoy en Bolivia a partir de Noviembre del 2019,   ese virus   que llamamos  COVIODIO parafraseando la otra pandemia que nos azota surgió antes y es igual o más que letal. El odio se ha convertido en un dispositivo político que busca transformar las frustraciones sociales  en agresión en contra del “otro”, de eso se trata:   insultar,  mentir, perseguir, menospreciar, moler a palos, ataques de  bandas motoqueras y/o patoteras, etc.

Goebbels ministro de Información de Hitler  explica que la  función del  odio y miedo como método para avanzar sobre el poder  enarbolando  la cachiporra como símbolo de su acción en las calles, decía    que,  el “combatir desconsideradamente y con actitud”[1]  contra  judíos y comunistas buscaba lograr que sus víctimas asuman con  culpa su condición de tales. En EEUU la  segregación racial que se sintetiza en  la frase “iguales pero separados” y que fue  elevado a rango constitucional es también  violencia y    estigmatización cuyos efectos prácticos se traducen en que los niños negros interiorizaran   en su psiquis que el blanco es un color más bonito y que el negro en contrapartida es sinónimo de maldad.  Nada muy diferente a lo que en Bolivia se ha vivido históricamente las mayorías indígenas y campesinas  y que se trató de   superar en el gobierno del MAS  y que hoy,  a partir del golpe de Estado de Noviembre se busca revivir con fuerza. En estos últimos  meses el adjetivo “masista” para una buena parte de la clase media se ha convertido en sinónimo de “salvaje”, “ignorante” y otra serie de lindezas que se podrían resumir en el atávico “indio”. Más allá de los discursos de odio que se emiten desde las altas esferas del poder y que  son mecanismos de desclasamiento que escinden   los intereses de las clases medias de los sectores


[1] https://www.academia.edu/8145704/LA_CONQUISTA DE BERLIN, Joseph GOEBBELS

populares y su lógica de “estar por encima de…”[2],  esa racionalidad histórica que se pensaba  superada, ahora se expresa programáticamente en la  búsqueda de prestigio social a través de la meritocracia y la reconstrucción de la república liberal.

Murillo y López, simbolizan la cachiporra en este régimen y nos recuerdan al personaje de Garcia Lorca[3], Cristobita, un personaje violento y ambicioso  que  siempre va con una porra y al que le levanta la voz le da, bien sea hombre o mujer. Las acciones de estos ministros violentos y bufones como Arias   están al servicio de un objetivo mayor que es legitimar  el retorno de las políticas neoliberales, porque el peligro mayor de la  beligerancia en marcha es  que nos  lleve al país a un torneo de quién odia más, pero solapadamente se avanza  en contra dela soberanía nacional, los derechos sociales y económicos de las mayorías.

La estrategia  aludida es una versión renovada  de la “doctrina del shock” que como explica su autora, Naomi Klein,  es  una “estrategia política de utilizar las crisis a gran escala para impulsar políticas que sistemáticamente profundizan la desigualdad, enriquecen a las elites y debilitan a todos los demás”.  En momentos de crisis, la gente tiende a centrarse en las emergencias diarias de sobrevivir a esa crisis, sea cual sea, y tiende a confiar demasiado en los que están en el poder. “Quitamos un poco los ojos de la pelota en momentos de crisis”[4], dice la autora aludida en una entrevista reciente.

La derecha y el imperialismo en este país apuntan, en primer lugar, a evitar a toda costa la recuperación del poder por parte del pueblo, no es casual entonces los afanes para inhabilitar las candidaturas de Luis Arce Catacora y David Choquehuanca; y de proscribir al MAS IPSP bajo la acusación de presunto fraude electoral. En segundo lugar, La dictadura tampoco ha descartado la posibilidad de un autogolpe para hacer entrega del gobierno a las Fuerzas Armadas y  éstas convoquen a elecciones recién el próximo año.

Para no perder la vista de lo fundamental, es necesario dejar en claro, no basta ganar las elecciones como anuncian las diversas encuestas, porque para combatir al COVIODIO  y la cachiporra hace falta  reconstituir el sujeto social del proceso de cambio y su accionar político en las calles.  


[2] https://www.tiempoar.com.ar/nota/alejandro-grimson-contra-los-discursos-de-odio-habra-que-construir-una-epica-de-la-templanza

[3] Federico García Lorca  (1930). Los títeres de cachiporra. Tragicomedia de Don Cristóbal y la Señora Rosita.

[4] https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/entrevista-naomi-klein-gente-habla-volver-normalidad-crisis-doctrina-shock

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