La calidad del discurso

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Si la pelea entre Henry Montero y Antonio Colque no se hubiera dado en la Asamblea Legislativa sino en un bar o cualquier plaza, seguramente hubiera arengado a favor del compañero potosino o incluso me hubiera metido de lleno en la trifulca. No hay noche que no duerma deseando cruzarme accidentalmente con Fernando Camacho con un choclo en mano, y estoy seguro que no son pocos a los que les gustaría tener unos minutos a solas con Arturo Murillo. No es lo correcto, por supuesto, pero es verdad. Idealmente, la política es la construcción de comunidad a través del intercambio de argumentos, pero en Bolivia es, indudablemente, la continuación de la guerra por otros medios. Si las contradicciones entre los intereses de unos cuantos privilegiados y grandes mayorías excluidas de todo beneficio social no fueran tan grandes y definitivas, seguramente podríamos sentarnos y ponernos de acuerdo respecto a qué tipo de país queremos dirigirnos, pero, lastimosamente, no es el caso de nuestro país.

Si sólo tuviéramos una derecha menos cavernícola que aquella que dio el golpe de Estado, tal vez sería posible aspirar a soluciones más civilizadas para nuestros desacuerdos…

El problema, sin embargo, es que los golpes se dieron en un espacio cuya dignidad demanda el más estricto desempeño ciudadano por parte de aquellos que han sido elegidos como representantes de nuestro pueblo. De hecho, la Asamblea Legislativa Plurinacional es uno de los pocos espacios donde la política boliviana tiene posibilidades de expresarse a través de las palabras y no la demostración de fuerza. Su función es redactar leyes en favor de los bolivianos y también fiscalizar a los otros órganos de nuestro Estado. Siendo, así las cosas, a pesar de que no dudo que Montero es un bravucón lleno de prejuicios racistas, no puedo menos que condenar el incidente que se dio hace algunos días en ese espacio y expresar un simbólico jalón de orejas para todos los involucrados. Es ineludible realizar una autocrítica, no para cuestionar la capacidad o mérito de nuestros representantes políticos sino para sugerir formas de mejorar su desempeño político, pues a lo que tenemos que aspirar es a la construcción de una sociedad verdaderamente democrática y armoniosa.

Me viene a la mente un librito que un docente me sugirió en mis años de universitario, titulado Índice de Calidad del Discurso, que consistía en una serie de indicadores diseñados para medir cuantitativamente la capacidad deliberativa de los legisladores europeos en Gran Bretaña, Alemania y Holanda. Partimos de la certeza, por supuesto, de que todo parlamentario y legislador debe tener la intención de convencer a sus interlocutores mediante argumentos y estar abierto al intercambio de ideas en un espacio donde se privilegia exclusivamente éste tipo de interacción social. Algunos indicadores eran: qué tan claramente transmiten sus ideas los legisladores; qué tan abiertos se mostraban para escuchar los argumentos del oponente; cuanta capacidad de autocrítica estaban dispuestos conceder dentro de una discusión, etc. Ahora, no nos sintamos mal. El desempeño de muchos legisladores estudiados no fue de los mejores, a pesar de que no somos pocos los que admiramos el grado de desarrollo y sofisticación de aquellas sociedades.

Lo que quiero señalar es que la capacidad deliberativa no solo puede ser medida, sino que también mejorada, a través de talleres de formación política, cursos de capacitación legislativa y otros espacios para el perfeccionamiento de las habilidades comunicacionales de nuestros representantes políticos. Es necesario proponernos algunas metas al respecto, debido al tamaño de los desafíos que enfrenta nuestro Proceso de Cambio para los siguientes años: sacar a flote nuevamente la economía del país, reformar la educación, refundar la justicia, construir un sistema de salud universal, neutralizar las intentonas golpistas de la oligarquía, etc. Todos retos que no se solucionarán con los puños, al menos eso espero.

Carlos Ernesto Moldiz Castillo

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