TRANSGENICOS Y EL GOBIERNO
FER – INSURGENTE
Transgénicos se ha convertido en un término pesadilla. Tanto, que sus fabricantes lo disfrazan con el nombre de “organismos genéticamente modificados (OGM)”. En el caso de la agricultura, en realidad son semillas que han sufrido mutaciones artificiales mediante la manipulación de genes; así, por ejemplo, introducen el gen que hace resistente al salmón a las aguas heladas, en una variedad de papa, para que una helada no la afecte. Pero… ¿qué incidencia tiene en el organismo humano el comer estos alimentos antinaturales? Hasta la fecha, ningún gobierno se ha animado a hacer estudios serios al respecto.
Para convencer de su utilidad y eficacia, los fabricantes de transgénicos nos hablan de “biotecnología”. De esa manera, suena a ciencia pura, a adelanto científico… pero no es así. Incluso, no faltan los despistados que confunden o se dejan confundir con el mejoramiento genético. Por ejemplo, un árbol de durazno resistente al frío da un fruto poco sabroso; entonces, se puede injertar una rama de una variedad que es dulce y jugosa. El resultado será un árbol resistente al frío que da un fruto agradable. Pero ambos –el árbol y la ramita– son del mismo género; por tanto, no hay transgénesis en este caso. De esa forma, se mejoran de manera natural los cultivos y las especies, sin forzar ni manipular su contendido genético.
¿Por qué fabrican transgénicos? Nada más que por afán de lucro, sin importar las consecuencias sobre la naturaleza. Los más famosos son los de la soya o soja. A una determinada variedad, le insertan genes para que sea resistente a un veneno llamado glifosato. Este veneno mata a todas las plantas que toca; entonces, en un gran sembradío de soja transgénica, aplican el veneno en gran cantidad, desde avionetas o desde tierra. El resultado: todas las plantas del lugar mueren, menos la soja o soya transgénica. Así se evitan el trabajo de deshierbe y que otras plantas compitan por los nutrientes del suelo donde plantaron el transgénico. Pero… las consecuencias son terribles. No sólo mueren todas las otras plantas, sino otros organismos vivientes que se alimentan de aquellas, produciendo una muerte lenta de la cadena biológica. En suma, un asesinato a la vida.
Para poder sembrar los transgénicos y aplicar los llamados “plaguicidas”, se requiere de una gran extensión de tierra. No sirve poner transgénico en un espacio pequeño, porque no es rentable; como tampoco sembrar junto a otros cultivos. Por eso, los transgénicos son sinónimo de MONOCULTIVO, es decir, grandes extensiones de tierra sembradas con solo soya, o solo caña.. Entonces, los defensores de estas plantas manipuladas genéticamente defienden los grandes latifundios donde pueden fumigar desde avionetas grandes extensiones. Que esos venenos caigan sobre seres humanos, poco les importa. Hacen oídos sordos a los reclamos de pobladores rurales que denuncian enfermedades raras y dolorosas de sus niños y las mujeres. A su vez, los latifundistas mediante mil formas, echan de sus tierras a los campesinos, para poder ampliar sus hectáreas sembradas y seguir envenenando al planeta.
Una de las primeras consecuencias visibles de los monocutivos de transgénicos es el impacto negativo en la flora y fauna de una zona afectada por su uso. Así, por ejemplo, en Sana Cruz gigantescas extensiones de tierra han visto desaparecer a las abejas, que son los insectos que polinizan las flores de todas las especies vegetales. Cuando no se produce la polinización, las plantas se vuelven estériles y no se reproducen. Esto impacta luego en el ciclo vital de los suelos, que requieren de materia orgánica para nutrirse. De esa forma, las tierras se vuelven pobres y producen cada vez menos.
Bolivia es el campeón mundial del maíz; es el país que tiene la mayor cantidad de variedades; incluso más que México. Las diferentes variedades de seres vivos son la mayor riqueza de la tierra. Con los transgénicos que empiezan a introducirse inicialmente en el Chaco, muy pronto se acabará con las variedades de esas zonas, pues los agricultores verán morir esas especies nativas. Sólo habrá la variedad transgénica que venden las transnacionales y la producción nacional se vendrá abajo. Ello ocurrirá no solo con el maíz, sino con otros alimentos, hasta que perdamos completamente nuestra soberanía alimentaria.
Una mentira muy generalizada de tanto ser repetida por la prensa y los medios de comunicación, es que los transgénicos son más rentables porque producen más. Sin embargo, los reportes hechos en Bolivia por la misma asociación de productores de oleaginosas ANAPO (soya) reconocen que la productividad por hectárea en materia de soya no solamente que NO ha aumentado, sino que es inferior a los cultivos NO transgénicos de hace veinte años. Dicen que con esos cultivos un agricultor ganará más plata, pero no es cierto, porque su ganancia se va en comprar más y más agroquímicos venenosos y dañinos para la salud humana. Y cada día, los mercados del mundo prefieren la soya orgánica, es decir, la soya natural, porque es segura para la salud de los consumidores.
La dictadura de Jeaninne Añez, Carlos Mesa y Fernando Camacho ha aprobado recientemente un decreto autorizando la introducción de más variedades de transgénicos en el país. Se trata de un gran negocio que beneficia exclusivamente a los que venden semillas transgénicas que dan variedades estériles, es decir, que no producen nueva semilla. Por tanto, en la siguiente temporada agrícola, el productor nuevamente tiene que comprar la semilla transgénica. Los herbicidas y otros plaguicidas que requiere ese cultivo los vende el mismo fabricante de la semilla, así que hace un negocio redondo. De esa forma, y en complicidad con este gobierno de facto, los fabricantes de transgénicos se hacen dueños de la agricultura boliviana.